Ahora resulta que Rosario Murillo se presenta como una gran “pacifista”. Desde su tribuna oficial, aseguró que “Nicaragua quiere, demanda, exige paz para la humanidad”, olvidando que no es capaz de ofrecer ni un mínimo de paz a su propio pueblo. Más grave aún: mantiene a su propia militancia bajo un estado permanente de zozobra, vigilancia y temor.
Discurso oficial de la Codictadora del régimen sandinista de Nicaragua:
Su discurso, plagado de consignas vacías, contrasta con la represión, el exilio forzado, la cárcel y el control absoluto que ejerce sobre una nación silenciada. Pedir paz para el mundo mientras siembra miedo en casa es la definición más pura de hipocresía política.
La reciente exigencia de Rosario Murillo —al pedir “paz para la humanidad” desde su púlpito oficial— no solo es contradictoria, sino cínica y profundamente ofensiva para el pueblo nicaragüense. Se trata de una narrativa de antagonismo, en la que la palabra “paz” es manipulada y vaciada de contenido real, mientras su gobierno mantiene una estructura de terror que reprime, encarcela, exilia y silencia a quien se atreve a disentir.
Hablar de paz desde el poder cuando históricamente han sido los responsables de quitarla, incluso antes de asumir cargos formales, es una ironía cruel. Ni siquiera su propia militancia vive con tranquilidad: están sometidos a mecanismos de control, desconfianza y temor de represalias internas si no cumplen con la línea dictada por la pareja gobernante.
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La petición de Murillo no busca unir a la humanidad, sino lavar la cara de un régimen señalado por organismos internacionales por crímenes de lesa humanidad. Es una retórica diseñada para confundir, para fingir espiritualidad mientras se reprime con violencia física, psicológica y simbólica.
Bajo su mandato, la “paz” es un concepto instrumentalizado. Han sembrado el miedo mediante detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, amenazas de muerte y campañas de difamación. Han anulado cualquier posibilidad de paz interior, al convertir a Nicaragua en una cárcel a cielo abierto.
Pedirle al mundo “paz” mientras internamente se gobierna con puño de hierro es una burla disfrazada de mensaje místico. Esa supuesta espiritualidad que intenta proyectar Murillo no es más que parte del maquillaje de una dictadura que ha dejado un saldo doloroso de sangre, exilio, persecución y silencio.