Por: Guardabarranco
El avance de las posturas extremas y su impacto sobre los derechos y libertades fundamentales en sociedades democráticas.
El extremismo, entendido como la adopción de ideas rígidas, absolutas y excluyentes, representa una de las principales amenazas para el funcionamiento saludable de una democracia. No importa si viene desde la izquierda o la derecha del espectro político: cuando las posturas radicales ganan espacio, el debate se empobrece, se rompe el consenso y se debilitan las instituciones que garantizan los derechos de todos.
Las democracias se sostienen sobre pilares como la libertad de expresión, el respeto a las diferencias, la justicia independiente y la protección de las minorías. El extremismo erosiona estos fundamentos al promover una visión única del bien común, donde quienes piensan diferente son vistos como enemigos. Esto abre la puerta a la censura, la represión y la violencia política.
En contextos polarizados, los derechos individuales y colectivos corren peligro. A menudo, los movimientos extremistas utilizan los propios mecanismos democráticos para ganar poder, y una vez dentro del sistema, trabajan para concentrarlo, silenciar voces críticas y limitar libertades que antes defendían. Es una estrategia conocida: Destruir la democracia desde dentro.
Frente a este fenómeno, el compromiso ciudadano y la defensa activa de los valores democráticos son más necesarios que nunca. La diversidad de ideas no es una amenaza, sino una fortaleza. Y protegerla es clave para garantizar sociedades justas, libres y pacíficas.